Abro la caja, saco el contenido, y me ocurre lo que nunca hasta ahora, me fijo en la funda antes que en el cuchillo. Y no es por su belleza y soberbia ejecución, que menos vamos a esperar del buen hacer de José Ramón de Quercur, sino por el ingenioso doble sistema de porte. Podemos llevar la funda colgada por esa trabilla, lo cual es muy cómodo para ir sentado en un vehículo, y cuando llega el momento de andar, cambiar al pasador y llevarla pegada al cuerpo.
Después de admirar el “basketweave” (odio los anglicismos, pero desconozco el término en español), el precioso tono marrón de la piel y los cosidos, le toca al cuchillo.
Desde el punto de vista estético, es un cuchillo que atrae, de formas clásicas, sobrio y funcional, madera de cocobolo con bonito veteado, realzada por unos separadores rojos, tamaño perfecto para mí, 230mm en total, con 110mm de hoja, pala ancha, de 33mm.
Y ahora viene el momento de la verdad, que es cuando empuño el cuchillo, y compruebo la sensación que me transmite, una mezcla de comodidad y seguridad en la mano, y de equilibrio del conjunto. Mi Argonauta se adapta perfectamente a mi mano, esa forma que tienen las cachas está muy bien pensada, y su peso de 245 gr. se equilibra perfectamente.
Para mí, el cuchillo es una arma/herramienta. Dejé mi etapa de coleccionista, y sólo me interesan las piezas funcionales, y debo decir que ejemplares de fabricante muy prestigiosos no han pasado esa prueba, no dudo de la calidad de esas piezas, pero simplemente no son para mí.
Le auguro mucho éxito a este cuchillo, es un auténtico todo-terreno.
Tenía intención de llevármelo este año a Africa, donde tengo una cita con un hipopótamo, pero por problemas familiares, no va a poder ser, y tendrá que esperar para el año que viene.