Lola solía cabalgar
en un mustang gris a mi lado,
con un sarape azul y brillantes espuelas,
y yo reía alegremente al mirarla.
Poco sabía ella de libros o credos; un avemaría le bastaba y le sobraba;
Pocas cosas le importaban salvo estar a mi lado.
Cabalgar conmigo y siempre cabalgar.
Pasaba hambre para que yo pudiera comer.
Tomaba lo amargo y me dejaba lo dulce.
Pero una vez le dí celos en broma,
por algo que dije o miré o hice.
Se sacó de la liga un pequeño puñal,
Y de un rápido envite me hizo tambalear.
Un centímetro a la izquierda o a la derecha,
Y yo no estaría gruñendo aquí ésta noche;
Pero ella sollozó y, sollozando, me vendó
tan rapidamente la herida
que la perdoné al instante.
Los rasguños no cuentan en Texas, a orillas del Río Grande.