Antonio Díaz reconoce que tiene las manos "como ferodos de freno". Grandes y curtidas a golpe de yunque y martillo, pero con la misma agilidad del mejor pianista experimentado, llevan más de 40 años sin parar de trabajar. "Antiguamente no teníamos juguetes. Cuando yo era pequeño mi madre me llevaba con mi padre a este mismo taller y me sentaba en un saco para que me entretuviera. Yo me tenía que quedar ahí quieto a ver lo que hacía mi padre, y así fui aprendiendo. Como soy el mayor de 7 hermanos, enseguida empecé a ayudar, con 7 u 8 años. Había bocas que alimentar", recuerda.
Díaz es uno de los pocos artesanos de España que fabrica navajas con un proceso totalmente manual.Es su valor más preciado. Es lo que le distingue de las famosas navajas de Albacete y del resto de "montadores" de Taramundi, la segunda cuna de las navajas en nuestro país.
Taramundi es un municipio del extremo occidental de Asturias, lindando con Galicia. Su histórica tradición herrera mantiene a la fabricación de cuchillos y navajas como una de las actividades económicas más importantes de la comarca a día de hoy. La ganadería y el turismo rural, del que fueron pioneros en Asturias, también suponen otra vía de sustento para las familias de la zona.
Díaz tiene el taller repleto de turistas. Familias, parejas de enamorados y grupos de amigos observan con absoluta admiración cómo se hace una navaja desde cero. Esa es otra de las particularidades del día a día de este artesano: las puertas de su lugar de trabajo están abiertas a todo el que desee adentrarse a conocer este oficio en peligro de extinción. "En agosto pasan por aquí más de 200 personas al día. No hago reservas ni nada. Según van llegado, se colocan donde pueden", asegura.
Fue en el año 1986 cuando el padre de Antonio decidió mostrar su oficio al mundo. Empezaba a sonar una desconocida forma de viajar por los pueblos de España, "eso del turismo rural", y desde entonces, la entrada nunca se ha cerrado para nadie. Ni el padre ni el hijo tuvieron nunca miedo de que ningún visitante les copiara su receta. "Aquí el único truco que hay son tus manos y conocer bien el acero, saber con qué fuerza darle. Y eso no te lo pueden imitar", asegura. Para él, la parte más importante de una navaja es "la ranura y el agujero porque una navaja tiene que cerrar bien".
A Díaz le ayuda a hacer navajas su hijo Aurelio de 22 años.Juntos, le enseñan a su fascinado público los detalles del proceso de dar vida al cuchillo. Lo hacen gratis, pero a sabiendas de que casi todos los presentes quieren llevarse a casa una de sus obras. Muchos de ellos tendrán que volver mañana o esperar a que Antonio se la mande por correo a sus respectivos hogares cuando tenga un rato. El producto está muy cotizado, "hay más demanda que oferta", aunque descarta contratar a algún empleado externo para sacar más producto al mercado. "Son las navajas de Antonio, tenemos que hacerlas los de casa. No daría el sueldo tampoco", asegura. El sello de identidad de estas tres generaciones de artesanos es una A rodeada de puntos en la hoja . Su padre también se llamaba Antonio, y el nombre de su hijo ya lo eligió con la intención de conservar la valiosa letra.
Padre e hijo realizan "unas 18 navajas al día por cabeza", pero hoy solo llevamos 27 "porque ha venido mucha gente, y ya, te entretienes". Cada una de ellas es diferente y única: el grosor del mango es distinto, al igual que el dibujo, el tamaño de la hoja o el agujero, "que no sale siempre en el mismo sitio…" El cuidado y la paciencia que ponen en el proceso dan personalidad propia a las piezas. Además, si los clientes lo desean, en la hoja le ponen su nombre o una fecha especial.
Tardan una media hora en hacer una navaja, "aunque una vez tuve que hacer una de dos metros para un encargo, y tardé tres días". Las navajas de Antonio están legisladas por la Ley de Armas, "todos los años informamos a la Guardia Civil de las que hemos vendido", cuenta. El tamaño de la hoja va desde los 5 centímetros a los 18. Las más vendidas son las pequeñas, que cuestan unos 10 euros, "y cortan exactamente igual que las grandes", explica.
Durante todo el proceso, Antonio y Aurelio no paran de hablar con los visitantes. Estos se sorprenden de muchas cosas. "De la rapidez y de la habilidad con la que trabajamos, sobre todo, y de que encima seamos capaces de estar hablando con ellos todo el tiempo", cuenta. "También, de las vistas que tenemos, que no son las mismas que ellos tienen en su trabajo", bromea. Una privilegiada cristalera orientada a las verdes montañas asturianas hacen del taller de Antonio un lugar idílico para los recién llegados. La calidad de las navajas de Antonio es tal, que son muchas las caras conocidas que poseen una: "Mario Casas, Leo Harlem, Dani el de El Canto del Loco...", presume.
La navaja la empiezan en el yunque haciendo con acero inoxidable la argolla, que es la parte que une la hoja al mango. Después, continúan con la hoja, que es de un acero especial de corte. La forjan y la dan forma hasta que llega el momento de templarla en la fragua a 1.000 grados y enfriarla en agua. Con madera de boj hacen el mango para posteriormente pintar a mano los dibujos y barnizar. El proceso es el mismo que seguía su padre. "Hemos modernizado las lijas, en 1991 introdujimos el acero inoxidable y poco más", asegura.
A Díaz su negocio le da "más que suficiente para vivir. Disfruto de lo mío y no quiero más". Trabaja "entre 14 y 15 horas diarias", pero no le importa. "Me gusta que la gente vea mi oficio y me lo valore", declara. Sabe que es sacrificado, aunque le merece tanto la pena, que a sus 47 años todavía espera que le queden "otros 20 más" en activo. "El que trabaja a mano tiene que hacer muchas horas para ganar algo de dinero. Las fábricas hacen mucho producto en poco tiempo, pero nunca tendrán la calidad del artesano", afirma.
En los últimos años, Díaz ha visto a muchos de sus compañeros de profesión echar el cierre a sus talleres. "Encontraron trabajos mejores y se fueron. Normal, esto es muy sacrificado. Son muchas horas, te dejas la vista para cuatro perras, pero yo no lo cambio", asegura. En Taramundi "quedan 20 productores y sólo 5 artesanos. Muchos de ellos tienen sus troqueles para hacer las hojas o los mangos, pero otros compran de Albacete la argolla, el mango y la hoja y sólo montan la navaja. A Albacete llega mucho producto de China, así que ¡mira qué tipo de navajas te puedes encontrar por aquí!".
Antonio ha vivido en sus propias carnes los peligros de trabajar con un producto tan afilado. "Una vez me di un corte en la mano que me llegó hasta el hueso", recuerda. Su hijo Aurelio, también ha sufrido los gajes del oficio. "Hace unos días que pasó por la cirugía", cuenta.
A pesar de los malos tiempos que ha atravesado la artesanía por el trabajo en cadena, este asturiano vaticina que algo está cambiando en su profesión. "La gente está volviendo a lo de antes. Les parece increíble cómo se hacen las cosas a mano y están dispuestos a pagar más", explica. Tanto es así, que asegura que su negocio ahora está "en pleno apogeo, en la cresta de la ola". De cara al futuro, Antonio cree que los artesanos "se convertirán en trabajadores de clase media-alta porque se nos está valorando más y quedaremos todavía menos".
El hombre mira con orgullo a Aurelio y celebra que haya seguido sus pasos a diferencia de su hijo el pequeño. "Está muy preparado y va a ser un peso pesado si sigue así. A sus 22 años es el más joven de todos los fabricantes de navajas de aquí. El siguiente le saca más de 10 años". presume. El sueño de ambos es abrir su propia tienda de navajas. "En unos años lo conseguiremos", confía. A la entrevista también ha acudido el abuelo y fundador del negocio, Antonio Díaz. Juntos, las tres generaciones de artesanos auguran un futuro mejor.
Las tres generaciones; Aurelio, Antonio, y Antonio
Publicado en libremercado