Retomando el tema, pero antes de comenzar con la historia que nos trae la navaja, les comento que en esta oportunidad me voy a guiar por el relato que hace el capitán De la Sierra sobre este apasionante acontecimiento.
La mañana del 19 de noviembre de 1941 transcurrió sin novedad a bordo del crucero auxiliar alemán Kormoran. El buque navegaba a baja velocidad rumbo al norte, a unas 300 millas de la costa australiana y fuera de cualquier derrota marítima. La mar estaba en calma, el sol de la primavera austral alto y confortable, el horizonte límpido y el cielo azul.
El crucero auxiliar Kormoran
Solamente los encargados de preparar las minas submarinas que habrían de fondearse a la noche siguiente delante del puerto de Fremantle, trabajaban activamente en la bodega de popa.
En la cámara, los oficiales francos de servicio descabezaban un sueñecito sobre las confortables butacas de cuero, comentaban los últimos partes de la guerra, recibidos desde Berlín o jugaban al ajedrez. En un rincón charlaban el médico de a bordo y el teniente de navío Gösseln.
- Se ha dado cuenta usted de que ayer se cumplió el vigésimo séptimo aniversario del hundimiento del Emden? preguntó este último.
- Desde luego que no – respondió el médico. Leí esa historia cuando estaba en la universidad, pero hace mucho tiempo de eso. Sin embargo recuerdo que el Emden fue el más famoso de nuestros cruceros en la Gran Guerra.
- Si, así fue, y esa fantástica historia vino a morir no muy lejos de aquí, en las islas Cocos el archipiélago más próximo a nosotros ahora, aclaró el teniente.
- No soy supersticioso , pero eso que acaba de decir no me hace ninguna gracia.
- No se preocupe, el Emden era un crucerito de poco más de tres mil toneladas, con artillería de ciento cinco milímetros y cuando se le echó encima el Sydney, - desplazando más del doble de tonelaje - y con cañones de ciento cincuenta milímetros, no le quedó otro remedio que aceptar el desigual combate hasta el fin y sin arriar la bandera. – Un final glorioso para un barco cargado de gloria!! –
- El Emden era un barco de guerra, doctor, con una silueta inconfundible, y tarde o temprano tenía que ser identificado, en cambio el Kormoran no es más que un pacífico mercante holandés por el momento al menos y es improbable que alguien se meta con nosotros – y el teniente esbozó una sonrisa de confianza.
En aquel momento la conversación fue interrumpida por el desagradable pitido del teléfono del puente, Gösseln descolgó el aparato.
- Aquí la cámara de oficiales, Gosseln al habla…
- Dígale al comandante que se ve un barco por la amura de estribor!! Dijo la voz del oficial de guardia.
El capitán Detmers y sus oficiales abandonaron inmediatamente la cámara, y al salir, médico y teniente cambiaron una significativa mirada.
El Emden
Cuando el comandante del Kormoran llegó al puente, el barco avistado desde el punto de observación del vigía permanecía todavía invisible para los de abajo, pero el comandante , en parte por instinto y en parte porque en aquellas aguas no esperaba encontrar buques mercantes, invirtió inmediatamente el rumbo y ordenó alejarse a máxima velocidad.
Su olfato de corsario era indudablemente bueno, pero uno de los motores de repente traicionó sus intenciones, desprendiendo una gruesa columna de humo hasta los cielos, que pareció haber sido inmediatamente advertida por el otro buque desconocido, ya que el serviola pudo observar que cambiaba de rumbo.
El vigía y su atalaya fueron arriados desde lo alto del palo, se tocó zafarrancho de combate y se cambió nuevamente de rumbo cayendo al oeste. Para ese entonces, las partes mas elevadas de la superestructura del perseguidor fueron emergiendo y pudieron ser reconocidas como pertenecientes a un crucero británico.
Su velocidad debía ser bastante elevada, ya que bien pronto se hizo visible todo él por encima del horizonte, acercándose rápidamente. El telemetrista , en lo alto del puente – iba dando las distancias
- Dieciséis mil metros!!
- Quince mil quinientos….
- Quince mil…
Hasta dónde continuaría acercándose?
- Doce mil metros…!!
- Once mil…!!
- Diez mil…!!
Detmers pensó que si aquello continuaba, en el peor de los casos trataría de llevarse al enemigo a su misma tumba, por otra parte, había reconocido a un crucero ligero británico en lugar de uno pesado como se había temido y un buque como tal montaría artillería como la suya. Desde luego no se hacía ilusiones, pero pensaba en la importancia del factor sorpresa, en que el entrenamiento de su gente era mas que considerable y en que si el enemigo seguía acercándose llegaría al alcance de sus torpedos.
- Ocho mil metros…!, Siete mil…! , Seis mil…! Seguía cantando el telemetrista y a medida que disminuía la distancia, aumentaba la confianza de Detmers.
En esos momentos una avería surgida en uno de los motores del buque alemán hizo caer la velocidad a 15 nudos. Poco mas tarde fue reparada, pero Detmers prefirió no alterar nuevamente su andar.
Durante la fase de aproximación, el crucero británico izó y transmitió una serie de señales, que los alemanes tardaron deliberadamente en contestar y fingieron no entender bien, pues para el comandante del corsario era fundamental gana tiempo, a fin que el buque siguiera acercándose, por si la situación se hacía insostenible.
El Kormoran llevaba izada la bandera holandesa y en cubierta, aparte el cocinero y un par de hombres apoyados indolentemente contra un mamparo, no se veía a nadie más. En el puente, el comandante, el oficial de guardia y un señalero eran los únicos seres vivos visibles desde el exterior. El buque de guerra seguía acercándose. Parecía no desconfiar, pero evidentemente cometía una grave imprudencia.
Poco después, cortaba la estela del Kormoran a menos de tres mil metros. Un hidroavión sobre la catapulta permanecía con la hélice girando – listo para ser lanzado. Esto podría ser tremendamente peligroso para el corsario, porque desde el aire sería fácil descubrir el engaño.
El mismo Detmers comenta sus pensamientos en sus memorias:
“Afortunadamente el enemigo se hallaba ya a menos de tres mil metros de distancia – un magnífico alcance para efectuar un tiro certero. Disminuiría su velocidad?. Nos ordenaría parar?. Presentaría su costado?. Qué debería hacer yo?. Había llegado el momento de desenmascararse e izar la bandera alemana? Se hallaba ya el crucero enemigo en la mejor posición para abrir fuego sobre él?... No, todavía no, decidí, porque tres mil metros era el máximo alcance eficaz de mis cañones antiaéreos y yo necesitaba obtener la mayor efectividad hasta de la última pieza si quería tener alguna posibilidad de victoria. Dejémosle acercarse todavía, cuanto más lo haga, mejor para nosotros. Por tanto, continué dejando la iniciativa – por el momento – en manos del enemigo.”
Continuará...
Un saludo