Dai-Katana escribió:
No soy pescador, pero me encanta la forma de las cachas y la hoja principal.
Muchas gracias por pasar y dejar tus comentarios Manuel!!! Me alegra que te haya gustado la pieza. Aprovecho la oportunidad para comenzar con la historia de pesca - estoy seguro que te va a gustar, aunque no eres pescador.
Se trata de un cuento de Guy de Maupassant, que para mí es inefable.
"El boquete"
“Muerte a consecuencia de golpes y heridas”: Este era el motivo de la acusación que hacía comparecer ante el tribunal a Leopoldo Renard, tapicero.
A su derredor, los principales testigos, la señora Flameche, viuda de la víctima, los citados Luis Ladureau, obrero ebanista y Juan Durdent, fontanero.
Junto al criminal, su mujer, de negro, chica, fea como una mona vestida de señora.
Y he aquí como Renard cuenta el drama:
"Dios mío, es una desgracia de la que yo he sido todo el tiempo la primera víctima y en la que mi voluntad no ha intervenido para nada."
Los hechos se explican por si mismos, señor presidente. Yo soy un hombre honrado, un hombre de trabajo, tapicero en la misma calle desde hace dieciséis años, conocido, querido y respetado, considerado por todos, como han dicho los vecinos y hasta la portera que no está de buen humor todos los días.
Me gusta el trabajo, me gusta el ahorro, me gusta la gente honrada y las distracciones decentes. Esto es lo que me ha perdido, ¡que le vamos a hacer!.
Todos los domingos, mi esposa aquí presente y yo, vamos a pasar el día a Poissy. Allí tomamos buen aire, sin contar con que a los dos nos gusta pescar con caña – nos gusta más que el chocolate!!. Ha sido Melie la que me dio esa pasión, ella que es aún mas entusiasta que yo, la muy pícara, ya que todo el mal viene de ella en este asunto como van a ver ustedes enseguida.
Yo, que soy fuerte y suave, nada de malo. Pero ella – caramba!! ; parece una mosquita muerta, tan delgaducha, tan chiquitina. Bueno, pero es más dañina que una garduña.
No niego que tenga sus cualidades, eso no; las tiene, y son importantes para un comerciante. Pero su carácter…
Pregúntenle a esta gente, y a la portera también, que ha hablado bien de mí hace un rato. Ella les dará noticias…
Todos los días me echaba en cara mi dulzura: “No voy a ser yo quien aguante esto o lo otro”. Si yo le hubiera hecho caso , señor presidente, habríamos tenido dos o tres peleas a puñetazos por mes…
La señora Renard interrumpió: “Habla, habla, que el que ría último…”
El se volvió hacia ella candorosamente: No puedo acusarte porque tú no eres la acusada, vamos!!
Luego, volviéndose hacia el presidente:
Continúo: De modo que íbamos a Poissy todos los sábados por la tarde, para pescar desde el amanecer del domingo. Una costumbre que se ha hecho para nosotros una segunda naturaleza, como dicen. Yo había descubierto hará tres años en verano, un sitio… Vaya sitio!, a la sombra, ocho pies de agua por lo menos, tal vez diez, con unos recovecos en la orilla, un verdadero nidal de peces, un paraíso para el pescador. Aquel boquete, señor presidente, yo podía considerarlo como mío, puesto que yo era su Cristóbal Colón.
El Sena a su paso por Poissy, a unos 20 km de París
Todo el mundo lo sabía en la comarca, todo el mundo sin oposición. Se decía “ese es el sitio de Renard”; y nadie habría venido, ni el mismo señor Plumeau, que es conocido – sea dicho sin ofrensa – por choricearle el sitio a los demás.
Asi pues, yo iba a aquel boquete como propietario. Apenas llegado el sábado, apenas llegado el sábado, me subía en la “Dalila” con mi mujer – Dalila es mi barca, que hice construir en casa del señor Fournaise, una barca ligera y segura. Nos subíamos en la Dalila y nos íbamos a poner cebos. Para esto no hay como yo, bien lo saben los camaradas. Me preguntará usted – que uso para carnada? . No puedo responderle. Esto no se refiere al accidente, es mi secreto. Cien veces me lo han pedido. Me han ofrecido tragos, frituras, comidas para hacerme hablar. Pero yo más duro que una piedra para no decir ni pío.
Solamente mi mujer la sabe… y no va a decir más que yo – verdad Melie?
El presidente le interrumpió: Vaya usted al hecho lo antes posible.
Ya voy, ya voy. Así pues, el sábado 8 de julio habiendo partido en el tren de las cinco y veinticinco, nos fuimos antes de comer a poner los cebos – como todos los sábados.
El tiempo se anunciaba bueno. Yo le decía a Melie: “Rico, rico para mañana” y ella me respondía “ así es, promete”
Y luego nos volvíamos para la cena. Yo estaba contento y tenía sed. Esta es la causa de todo señor presidente. Le digo a Melie: “oye Melie, si me tomara una botella de “gorro de noche?”. Se trata de un vinillo blanco al que dimos este nombre porque si se bebe demasiado, impide dormir, usted comprende.
Ella me responde: “haz lo que te dé la gana, pero vas a estar enfermo otra vez y mañana no podrás levantarte” Esto era verdad, era cordura, era prudencia, era perspicacia, lo confieso.
Pero no supe contenerme y me tomé mi botella – todo viene de ahí.
Así pues no pude dormime hasta las dos de la mañana por culpa de aquel gorro en forma de jugo de uva. Y luego, paf! , me duermo pero como para no oír siquiera al ángel trompetero del juicio final.
En resumen, mi mujer me despierta a la seis de la mañana. Salgo de la cama, me visto a toda prisa y nos vamos a la Dalila.
Demasiado tarde, cuando llegamos mi boquete estaba tomado. Nunca había sucedido esto señor presidente, durante años!!.
Me hizo un efecto como si me desvalijaran ant de mis ojos. Digo: “Carape, carape y carape!!”.
Y aquí que mi mujer empieza a darme la lata: “Anda con tu gorro de dormir!”, “Anda borrachín!”, “Estás contento, animal?”.
Yo no decía nada, todo aquello era verdad.
Desembarco a pesar de todo, junto al boquete, para tratar de aprovechar los restos. Tal vez aquel hombre no pescara nada y se fuera…
“Era un enclenque de traje blanco, con un gran sombrero de paja. También estaba su mujer, una gorda que tejía detrás de él”
Cuando nos vió instalarnos cerca del lugar ella dice:
“Es que no hay más sitio en el río?...”
Y la mía – que rabiaba – responde: La gente que tiene educación se entera de las costumbres antes de ocupar los sitios reservados!.
Como yo no quería historias, le dije “cállate Melie, déjala, vamos a ver”. De modo que pusimos a la Dalila entre los sauces y bajamos a pescar codo a codo con Melie, justamente al lado de los . otros.
Y aquí, señor presidente, es menester que entre en detalles. Hacía cinco minutos que estábamos allá cuando la caña del vecino empieza a dar tirones unas dos veces y luego el enclenque atrapa uno, así como así, tan gordo como mi muslo. Y empieza a palpitarme el corazón y a sudarme la frente, mientras Melie me dice: “Eh, mostrenco, , has visto eso?”.
A todo esto, el señor Bru, el almacenero de Poissy, aficionado a los gobios, pasa en su barca y me grita: “Le han quitado su sitio, señor Renard?”. Yo le respondo; “Si, señor Bru, hay en este mundo gente poco delicada, que ignora las costumbres”.
“El mequetrefe de al lado parecía no oir, ni su mujer tampoco, la gorda – una vaca, vamos.”
El presidente le interrumpió otra vez: “Cuidado, está usted insultando a la señora viuda de Flameche, aquí presente”
Renard se excusó: “Perdón, perdón, es que la pasión me lleva”
Bueno, pues no había pasado un cuarto de hora cuando el mequetrefe pesca otro así y otro, por añadidura y cinco minutos mas tarde, otro.
Escena de pesca en Poissy, por Monet, pintado justo en la época de este relato
Continuará...que no sea cosa de agarrarse un atracón de pescado, jejj
Un abrazo