Rommel escribió:
Deseando leer la continuación Juan.
Muchas gracias por pasar y comentar Paco!! Como no quiero que te suba la presión o te desesperes, ya sigo con esta historia, jejj:
Yo estaba tan beodo que esta proposición me pareció natural. Le Poitevin se encargó de la defensa y yo de la acusación. Fue condenado a muerte por unanimidad, menos un voto, el de su defensor.
Vamos a ejecutar la sentencia!! Dijo Sorieul, pero le sobrevino un escrúpulo: “Este hombre no debe morir privado de los auxilios de la religión…¿vamos a buscar un sacerdote?
Objeté que ya era tarde y entonces Sorieul me propuso que yo desempeñara aquel menester, exhortando al criminal a que se confesara conmigo.
El pobre hombre desde hacía cinco minutos daba vueltas a sus ojos espantados, preguntándose entre que clase de seres estaba. Y entonces moduló con voz hueca y quemada por el alcohol: “Sin duda ustedes quieren reírse”
Pero Sorieul le hizo arrodillarse por fuerza y temiendo que sus padres se hubieran olvidado de bautizarle, le echó un vaso de ron en la cabeza, diciendo: “Confiésate con este señor, tu última hora ha sonado!!”
Estupefacto, el viejo ratero se puso a pedir socorro con tan fuertes voces que nos vimos obligados a taparle la boca para que no despertara a los vecinos. Entonces se tiró al suelo, rodando, retorciéndose, volcando los muebles, desgarrando telas, hasta que al fin, Sorieul, impacientado, gritó:
“Terminemos de una vez!!”
Y apuntando al miserable que yacía en el suelo, apretó el gatillo de su pistola, que crujió con un ruidillo seco. Animado por el ejemplo, yo disparé a su vez mi fusil que era de yesca, y lanzó un chispazo que me dejó extrañado.
Entonces Le Poitevin pronunció gravemente estas palabras:
¿Tenemos en realidad derecho a matar a este hombre?
Sorieul le respondió:
Si le hemos condenado a muerte…!!!
“No se fusila a los civiles, dijo Le Poitevin, este hombre debe ser entregado al verdugo, hay que llevarle a la policía!”
El argumento nos pareció convincente. Levantamos al hombre, y como no podía caminar, fue colocado sobre el tablero de una mesa, sólidamente amarrado y conducido por Le Poitevin y por mí, en tanto que Sorieul, armado hasta los dientes, cerraba la marcha.
Ante el puesto de policía, el centinela nos detuvo. Salió el jefe, que nos reconoció y que como era testigo cotidiano de nuestras farsas, de nuestras bromas, de nuestras invenciones inverosímiles, se contentó con reir y no admitió al prisionero.
Sorieul insistió, entonces el soldado nos invitó severamente a que nos volviéramos a casa y sin armar demasiado ruido.
La tropa volvió camino y retornó al estudio. Yo pregunté: ¿Qué vamos a hacer ahora con este ladrón?
Le Poitevin, enternecido, aseguró que aquél hombre debía estar bastante cansado. Efectivamente, tenía aspecto agonizante, allí, amarrado, con su tapaboca, tendido sobre el tablero.
Me dominó también la compasión – una compasión de borracho – y quitándole el tapaboca, le pregunté: “Cuenta, ¿Cómo te sientes, viejo?
Y respondió: “Ya está bien, recáspita!!”
Entonces Sorieul se tornó paternal. Le desamarró, le hizo sentarse, le tuteó y para reconfortarle, los tres nos pusimos a preparar a toda prisa un nuevo ponche. El ladrón, tranquilo en su sillón nos miraba.
Cuando la bebida estuvo lista, le dimos un vaso lleno – de buena gana le hubiéramos sostenido la cabeza - . Bebimos, el prisionero bebió como un regimiento. Pero al asomar el día se levantó y con calmoso continente dijo: “Siento mucho tener que dejarles muchachos, pero debo volver a mi casa”.
Nos sentimos desolados, quisimos retenerlo pero él se negó a permanecer por más tieEmpo .
Nos dimos la mano y Sorieul, con su vela, le acompañó al vestíbulo, diciéndole:
“¡Tenga cuidado con el escalón al pasar por la puerta!!!”.
En derredor del que contaba, todo el mundo reía de buena gana. El se puso de pié, encendió su pipa y añadió: “Pero lo más raro de mi historia es que es verídica!!”
Fin
Espero que hayas disfrutado de este genial cuento del maestro Maupassant, además de la vieja navaja casi contemporánea Paco.
El pueblo de Barbizón en las cercanías del bosque de Fontainebleau, a unos 60 km de París, fué elegido durante la segunda mitad del SXIX por algunos pintores y artistas para establecerse y ejercer su arte, de tal manera que existe una llamada Escuela de Barbizón, estableciendo el estilo "realista", que luego influiría en los "impresionistas"
Algunos de los pintores fueron, Rousseau, Corot, Millet, Courbet y Diaz de la Peña. Los impresionistas como Renoir, Monet, Sisley también buscaron inspiración en Barbizón y el bosque de Fontainebleau.
La escena con que comienza el cuento bien podría haber ocurrido en este salón del Hostal Bas-Breau de Barbizón, frecuentado por artistas en aquella época
Un gran abrazo!!
El bosque de Fontainebleau por Diaz de la Peña
El puente de Mantes por Corot
Una callecita de Barbizón
Y como no podía ser de otra manera, el escudo de Barbizón, con una paleta de pintor