Carre escribió:
Estoy de acuerdo con Manuel, aunque la navaja no me atraiga tus post son sumamente interesantes.
Un abrazo Juan.
Muchas gracias por tu presencia y comentarios en el post César!!! Celebro que te resulten interesantes mis trabajos y en especial este post que me ha llevado buen tiempo de investigación.
Un gran abrazo.
Y sin más, continúo con el tema:
Livingston le hizo la propuesta a Talleyrand. Con toda la elocuencia de que era capaz, trató de depreciar a Nueva Orleans, “un poblado insignificante, perdido en las soledades, nada más que arenales y ciénagas, un caserío de maderas con siete mil habitantes”
Talleyrand, impasible, miraba a Livingston fijamente, sin decir palabra.
Mientras tanto las noticias que llegaban del oeste eran ominosas, el derecho de depósito había sido revocado, las cargas se acumulaban en las bodegas, los preparativos de guerra se aceleraban.
Estamos en la primavera de 1803, el jardín de la Chaussee d Antin reverdecía, pero Livingston veía catástrofes solo por delante.
El 11 de abril, Livingston tuvo una nueva entrevista con Talleyrand en la que se trillaron los mismos argumentos. Talleryrand como de costumbre, escuchaba en silencio. De pronto el francés le clavó sus ojos a Livingston.
- “Cuánto me daría usted por todo el territorio de la Luisiana?” –
Ante esta pregunta, el norteamericano se quedó atónito, no sabía que contestar.
Su misión era la de comprar una pequeña población y una angosta faja costera. En vez de esto, le ofrecían un continente. Le habían autorizado para disponer de una suma de dos millones de dólares, cuanto podría costar el territorio completo, nadie habría podido decirlo.
Livingston tuvo que decidir por sí y ante sí. Para consultar con el presidente se habrían tardado semanas – recordemos que estamos en el año 1803 - . Vuelto en sí de la sorpresa, como si hubiera sido un chalán de feria, dijo:
- “Creo que daríamos unos veinte millones de francos” –
En moneda de los Estados Unidos de aquella época, la suma equivalía a unos cuatro millones de dólares.
Talleyrand, naturalmente, dijo que era una oferta muy pequeña, pero al despedirse los dos, la compra quedaba convenida, sólo faltaba fijar la cifra adecuada.
¿Porqué había hecho Napoleón esta propuesta?. Es uno de los enigmas de la historia.
Probablemente, la razón haya sido que su conquista del Nuevo Mundo estaba en peligro.
Napoleón Bonaparte en su pose característica
La expedición del general Charles Leclerc (cuñado de Napoleón) había dominado en Haití la insurrección de Santo Domingo y había capturado por traición al caudillo insurrecto Toussaint L Overture, pero la rebelión no terminó. Los despachos de Leclerc hablaban de guerrillas empecinadas y la fiebre amarilla hacía estragos en las filas francesas. Un despacho de enero de 1803 anunció la muerte de Leclerc, sus tropas quedaban en un estado de desmoralización casi completa.
Napoleón se dio cuenta que Santo Domingo estaba perdido.
Decidió entonces abandonar su aventura occidental y atacar a Inglaterra, dedicándole a esta empresa el importe de lo recibido por la venta de la Luisiana.
Así fue, probablemente, como se le hizo la oferta de la Luisiana al atónito Livingston.
James Monroe – quien posteriormente sería presidente de los Estados Unidos – llegó a París como enviado especial de Jefferson. Debía apoyar a Livingston en la defensa de los intereses norteamericanos amenazados por la abolición del derecho de depósito en Nueva Orleans.
Para Livingston fue un gran alivio la opinión de Monroe, de que su decisión había sido acertada. Los dos hombres hicieron frente común en la batalla para ajustar el precio de la compra.
Desde ambos países la posición carecía de legalidad. Los norteamericanos no tenían la autorización del Congreso ni estaban facultados por la Constitución para comprar la Luisiana.
Talleyrand y Napoleón (a quien no se le habían ratificado todavía sus facultades dictatoriales) no estaban facultados para venderla, pero no obstante la negociación siguió su curso.
El territorio que abarcaba la Luisiana era inmenso
Talleyrand por su cuenta, declaraba que la venta no era de importancia para él, inclusive dio a entender que Napoleón estaba pensando en retirar la oferta.
Había en ese punto una chispa de verdad, suficiente para convertir los últimos días de abril en un período crítico para los norteamericanos.
Napoleón iba a hacerse proclamar Emperador de un momento a otro, la ocasión no era buena para exponer su prestigio ante el público a estas noticias fuertes. ¿Qué iba a pensar el público de la doble pérdida de Santo Domingo y la Luisiana?
José y Luciano, hermanos de Napoleón, estaban resueltos a disuadirlo de la venta. Fueron a verlo una mañana a primera hora. Lo encontraron todavía en el baño – el aposento estaba lleno de vapor y perfumes. La ocasión no era la más propicia para una entrevista como aquella.
Los dos hermanos sostuvieron su tesis con vigor. En cualquier otra oportunidad habrían podido convencer a su hermano, pero Napoleón se sentía lleno de confianza. Esa noche había asistido a una función de la “Comedie Francaise” y había sido objeto allí de una ovación delirante.
Por consiguiente, ahora, entregado a las delicias de su baño, se sentía seguro de que su pueblo y la constitución le seguirían dócilmente a cualquier parte.
José perdió al fin los estribos, y con aire amenazante se acercó a la tina diciendo:
“Si es preciso me pondré yo mismo al frente de la oposición”
Napoleón comenzó a reírse de él.
“Bien puede usted reír, ríase….pero yo cumpliré mi palabra”
Napoleón montó en cólera – “No sea usted insolente!!” le gritó, y habiéndose puesto de pié en la bañera, se dejó caer bruscamente otra vez, salpicando a José de pies a cabeza con agua tibia y perfumada.
De allí en adelante, nadie volvió a pensar en oponerse a la decisión de Napoleón de vender la Luisiana.
Luego de mucho argumentar, ofertar y contraofertar como en una subasta o el regateo de un mercadillo, se llegó por fin a un precio: 15 millones de dólares.
Livingston y Monroe firmaron el tratado, aunque debió temblarles la mano al hacerlo – la suma fijada era mayor que toda la renta pública anual de los Estados Unidos.
Pero no había por qué temer, el presidente y el Congreso aprobaron la compra con entusiasmo.
En Nueva Orleans la multitud aclamó la bandera estrellada cuando la izaron en el Cabildo. Los buques fluviales volvieron prontamente a colmar el río, cuando llegaron las crecientes de primavera.
Napoleón se gastó hasta el último dólar en los preparativos para la invasión de Inglaterra.
Pero la invasión no tuvo nunca lugar, sus legiones no atravesaron nunca el Canal de la Mancha.
Las barcazas de la invasión se desguazaron solas, amarradas en las playas de Boulogne.
Livingston había alcanzado lo que Henry Adams llamó “el mayor triunfo diplomático de la historia norteamericana”
Fin
Espero que les haya gustado
Un saludo