Bueno, finalizando con esta historia que ocurrió en un día como el de hoy, pero hace exactamente 501 años:
Un gran contingente de guerreros mexicas y sus aliados de Tlalnepantla, Cuautitlán, Tenayuca, Otumba y Cuautlalpan alcanzaron a los españoles en los llanos de Temalcatitlan, cerca del pueblo de Otumba.
La cifra de aztecas allí congregado es todavía hoy un tema de controversia, siendo posible que hubiera reunidos cerca de 100.000 guerreros (los primeros historiadores en estudiar la batalla calcularon 200.000), frente a unos 400 españoles y 3.000 indígenas aliados.
Lo único irrefutable es la sensación de absoluta desproporción que provocó la visión del ejército azteca a Hernán Cortés. Fray Bernardino de Sahagún asegura en sus textos que cuando el conquistador contempló las hordas de enemigos clamó que «los españoles entre tanto escuadrón indígena eran como una islita en el mar. La pequeña hueste parecía una goleta combatida por las olas».
En la primera línea enemigas se situaron las cofradías militares del Jaguar y del Águila, fácilmente identificables por sus trajes a imitación de estos depredadores, y la nobleza azteca encabezada por Matlatzincatzin, el cihuacóatl (jefe militar), que veía en la contienda una forma de borrar de una vez a los españoles.
Por su parte, los escasos cuatrocientos españoles formaron en una disposición típica en ese momento en Europa: los piqueros se colocaron tras los rodeleros, mientras los ballesteros formaban en los flancos dispuestos a cubrir a sus compañeros junto a los pocos afortunados que portaban arcabuces.
Cortés contaba con dos únicas ventajas para enfrentarse a la oleada de enemigos: un pequeño grupo de jinetes capaces de marcar la diferencia con sus cargas al estilo táctico europeo y la escalofriante garantía de que los aztecas buscarían apresar vivos a todos y cada uno de los conquistadores para usarlos en sus rituales. Aquella garantía sirvió de excusa para aguantar hasta las últimas consecuencias.
Finalmente, fueron los jinetes castellanos encabezados por el propio Cortés los primeros en arremeter contra la marea, sorprendiendo a los aztecas. La fuerza de la galopada les introdujo en mitad del ejército enemigo antes de retroceder ordenadamente. El extremeño y su caballería repitió este movimiento, carga y huida, una y otra vez, mientras la infantería española recibía las primeras acometidas furiosas. María de Estrada, una de las pocas mujeres españolas que participó en la conquista de México, peleó junto a la infantería con una lanza en la mano «como si fuese uno de los hombres más valerosos del mundo».
Pese a las exitosas incursiones de la caballería, la desproporción de fuerzas causó que la infantería formada por españoles y tlaxcaltecas comenzara a retroceder lentamente. De hecho, el flanco protegido por los tlaxcaltecas estaba a punto de derrumbarse completamente cuando Hernán Cortés dispuso un plan para salir con vida de aquella encrucijada.
Tras pasar varios meses en la corte de Moctezuma, el extremeño sabía que en Mesoamérica la muerte del general, e incluso la captura del estandarte del enemigo, se consideraba el fin del combate. También conocía el importante papel que estaba jugando Matlatzincatzin en aquella batalla, quien, bajo un enorme estandarte negro, era fácilmente distinguible desde la posición española.
La mirada de Cortés vuela escrutadora por encima de la masa aulladora e incalculable del enemigo. A lo lejos reluce – alto sobre las cabezas de la tropa – el estandarte de México, a la luz del sol ve claramente Cortés el águila bordada en plumas con la serpiente en las garras que llevaba el jefe azteca sujeto a su espalda, en un pequeño altozano.
Así, al grito de «Santiago y cierra España», Cortés se abrió pasó junto a cinco jinetes (Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, Cristóbal de Olid, Rodrigo de Sandoval y Juan de Salamanca) en dirección al jefe militar azteca. Según una leyenda fantasiosa que surgió poco después de la batalla, el Apóstol Santiago, patrón de España, también secundó a caballo la carga casi suicida, como se cuenta que había hecho en varias contiendas contra los musulmanes en la Península Ibérica.
Antes de que la infantería pudiera detener la carga, los jinetes alcanzaron el estado mayor azteca y a Matlatzincatzin. El cihuacóatl vestía un traje negro de pies a cabeza, con enormes garras en sus pies y manos y un yelmo imitando el aspecto de una serpiente. Pese a su aspecto tétrico, Cortés no tembló en derribarlo y Juan de Salamanca en darle el golpe final antes de apoderarse de su estandarte, que inmediatamente entregó a Cortés.
Cuando los guerreros de la Triple Alianza vieron a los jinetes castellanos enarbolar el estandarte de su general, dieron la batalla por perdida y comenzaron ellos entonces una desesperada huida hacia Tenochtitlán. « Y con su muerte, cesó aquella guerra», escribió Hernán Cortés a Carlos I de España anunciando el desenlace de la batalla.
Los españoles y sus aliados indígenas se reorganizaron para atacar Tenochtitlán meses después. Un cerco de setenta y cinco días, donde la ciudad quedó muy diezmada por una epidemia de viruela, marcó el final del Imperio azteca, pero eso ya es otra historia….
Fin
Un saludo,
PD: Increíblemente, el lema del Municipio de Otumba es:
Lema: Otumba "Lugar de Otomíes" "Señor de Muchas Navajas (Otomítl)
Municipio de Otumba Localización en México