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TEMA: Un "Tonneau"

Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #1

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Se trata de una vieja tipología francesa de “couteaux pliants” – cuchillos plegables – o sea navajas, que tiene su origen en el Centro Oeste de Francia a fines del SXVIII.



Recibe su nombre “Tonneau” (tonel o barril) por tener un formato bastante cilíndrico, que recuerda a la forma de un barril y es uno de los primeros multiusos franceses.
Aquí la detallo:

Navaja tipo multiusos de 4 elementos, cuerpo de 97 mm de largo con cachas de marfil y bolsters de acero al carbono de grandes dimensiones. Hoja principal de 70 mm de largo en acero al carbono, del tipo “sheepfoot” o pié de oveja, lleva estampado en la hoja el cuño del viejo fabricante francés Tixier con el símbolo de un cuchillo.
Hoja secundaria en acero al carbono, de 55 mm de largo bastante desgastada, pero que originalmente debía haber sido una “coping”. El punzón rascador de 50 mm de largo, también en acero al carbono. Hoja de sierra, en acero al carbono, de 80 mm de largo. Pasadores, liners y muelles en acero al carbono, los remaches que fijan las cachas son de latón.

Veamos las fotos:













Algo más sobre la tipología Tonneau:
La Tonneau es una típica navaja de trabajo rural, que en sus inicios debe haber sido una simple navaja de una hoja y luego fue evolucionando a multiusos, con punzón, sierra, hoja pequeña e inclusive hasta puede llevar tirabuzón.




Según se comenta en Knives of France, cuando los granjeros contrataban un trabajador, le daban esta navaja como señal de buena voluntad y buena relación, además de ser una útil herramienta de trabajo.
Las cachas podían ser de madera, cuerno o marfil y posteriormente sintéticas imitando marfil.
Hoy en día continúan siendo fabricadas por varias marcas, tanto en carbono como en inox.


Sobre la marca Tixier:
Sobre el origen de esta firma hay muy poca o ninguna información, por lo que he tenido que bucear en los registros de las marcas de Thiers, que se deben renovar cada tantos años y buscar viejas facturas de época.
Aparentemente la firma Tixier debe haber sido fundada con anterioridad a 1735, fecha del primer registro de la marca “Le Couteau”.




En 1823 figura como Tixier Fils al registrarse en la exposición de París.





A lo largo de los años, la firma se transformó en Tixier-Goyon lo que puede comprobarse a lo largo del S XIX según los registros de renovaciones de marcas de Thiers en 1850, 1859, 1874 y 1876.





En 1892 figura como Tixier-Boyer siempre con el cuño de un cuchillo.



En 1901, según una vieja factura la firma fue adquirida por Ch. Maubert fils Pirony.



En 1912, A. Pirony renueva la marca “Tixier medaille d’argent” en oval con el cuño del cuchillo.
En 1923 el cuño anterior es renovado por Antoine Chaize Maillot, con renovaciones posteriores en 1938, 1953 y 1968



Posteriormente pasó a Jean Sauzedde.



Y a todo esto, a que época pertenecerá la navaja? Bien, tomando en cuenta las variaciones en el cuño y los materiales constituyentes – mayormente acero al carbono y sobre todo las cachas de marfil – estimo que debe pertenecer al último período de propiedad de los Tixier o sea entre 1892 y 1901. Lo más importante es que a pesar de sus más de 120 años de vida, el descuido y la oxidación, continúa prestando servicios como el primer día.

Espero que les haya gustado,
Un saludo.
Última Edición: 2 años 4 meses antes por Facón.
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Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #2

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Se la ve una navaja de trabajo muy útil, y tu documentación, pues como siempre, exhaustiva !
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Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #3

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Dai-Katana escribió:
Se la ve una navaja de trabajo muy útil, y tu documentación, pues como siempre, exhaustiva !

Muchas gracias Manuel!! Por estar siempre presente en el Foro dejando tus apreciados comentarios. Me alegra que te haya gustado esta vieja herramienta y además la información que la acompaña. Como se trata de una navaja de trabajo en el campo, quiero aprovechar la oportunidad para compartir con todos un cuento del escritor francés Guy de Maupassant - un maestro en ese arte - y que probablemente sea contemporáneo con la navaja. Es un poco largo, por eso lo voy a subir en dos partes:

En el campo
Cuento de Guy de Maupassant; dedicado a Octave Mirbeau:

Las dos casucas estaban juntas, al pie de una colina, próximas a una pequeña ciudad famosa por sus aguas. Los dos campesinos trabajaban penosamente la tierra infecunda para criar a todos sus hijos. Cada matrimonio tenía cuatro.
Delante de las dos puertas vecinas, toda la chiquillería jugueteaba de la mañana a la noche. Los dos mayores tenían seis años y los dos pequeños en torno a quince meses; las bodas, y después los nacimientos, se habían producido casi simultáneamente en una casa y en la otra.
Las dos madres apenas distinguían a sus hijos en el montón; y los dos padres los confundían por completo. Los ocho nombres danzaban en sus cabezas, mezclándose sin cesar; y, cuando tenían que llamar a uno, los hombres gritaban con frecuencia tres nombres antes de dar con el verdadero.

La primera de las dos viviendas, según se venía del balneario de Rolleport, estaba ocupada por los Tuvache, que tenían tres niños y una niña; la otra vivienda alojaba a los Vallin, que tenían un hijo y tres niñas.
Todos ellos sobrevivían penosamente a base de sopa, papas y aire libre. A las siete de la mañana, a mediodía, y luego a las seis de la tarde, las mujeres reunían a sus chiquillos para darles de comer, del mismo modo que los guardianes de ocas reúnen a sus aves.
Los niños se sentaban por edades, ante una mesa de madera, barnizada por cincuenta años de uso. Al más pequeño apenas le llegaba la boca a la altura de la plancha. Colocaban ante ellos un plato hondo lleno de pan mojado en el agua en la que se habían cocido patatas, media col y tres cebollas; y toda la descendencia comía hasta saciar el hambre.
La madre daba de comer ella misma al más pequeño. Un poco de carne en el puchero, el domingo, era una fiesta para todos; y el padre, ese día, prolongaba la comida repitiendo: «Me acostumbraría a esto todos los días.»

Una tarde del mes de agosto, un ligero carruaje se detuvo inesperadamente delante de las dos casuchas, y la mujer joven que conducía, dijo al señor sentado a su lado:

-¡Oh, Henri, mira ese montón de niños! ¡Qué bonitos están así, jugando con la tierra!

El hombre no contestó, acostumbrado a esas muestras de admiración que eran un dolor y casi un reproche para él.

La joven prosiguió:
-¡Tengo que besarlos! ¡Oh! ¡Cómo me gustaría tener uno! Aquél, el más pequeño.
Y bajando del coche, corrió hacia los niños, tomó en sus brazos a uno de los dos pequeños, el de los Tuvache, y, levantándolo en sus brazos, lo besó efusivamente en las dos mejillas sucias, en los cabellos rizados y manchados de tierra, en las manos que él agitaba para deshacerse de esas caricias molestas.
Luego volvió a subir al coche y partió al trote largo. Pero regresó a la mañana siguiente, se sentó en el suelo, cogió al niño en sus brazos, lo atiborró de pasteles, dio caramelos a todos los demás; y jugó con todos ellos como una chiquilla, mientras su marido esperaba pacientemente en su delicado vehículo.

Tornó a venir; trabó conocimiento con los padres, y volvió cada día, con los bolsillos llenos de chucherías y de monedas. Era la señora de Henri d’Hubières.
Una mañana, al llegar, su marido descendió con ella; y, sin detenerse con los niños, que ya la conocían bien, entró en casa de los campesinos. Se encontraban partiendo leña para preparar la comida; se incorporaron muy sorprendidos, les ofrecieron unas sillas y esperaron. Entonces la joven, con voz entrecortada y temblorosa, comenzó:
-Amigos míos, vengo a visitarlos porque quisiera, quisiera llevarme a su… a su hijo pequeño…
Los campesinos, estupefactos y sin ideas, no contestaron.
Ella retomó aliento y prosiguió:
-Nosotros no tenemos hijos; estamos solos, mi marido y yo… Nosotros lo guardaríamos… ¿quieren?
La campesina empezaba a comprender. Y preguntó:
-¿Quieren ustedes llevarse a Charlot? ¡Ah, no, por supuesto que no!
Entonces intervino el señor de Hubières:
-Mi esposa no se ha explicado bien. Nosotros queremos adoptarlo, pero él volverá a visitarlos. Si todo va bien, como parece, sería nuestro heredero. Si, por casualidad, nosotros tuviéramos hijos, compartiría la herencia con ellos. Pero si no respondiera a nuestros cuidados, al alcanzar la mayoría de edad le daríamos una suma de veinte mil francos, que será depositada inmediatamente a su nombre, en el despacho de un notario. Y, como también hemos pensado en ustedes, le pasaríamos una renta de cien francos mensuales hasta su muerte. ¿Han comprendido bien?
La campesina, furiosa, se había levantado.
-¿Ustedes quieren que le vendamos a Charlot? ¡Pues no! ¡Esas cosas no se le piden a una madre! ¡Ah!, no. Eso sería una abominación.
El hombre, grave y reflexivo, no hablaba; pero aprobaba lo que decía su mujer con un movimiento continuo de la cabeza.

La señora de Hubières, desconsolada, se puso a llorar, y, volviéndose hacia su marido con la voz llena de sollozos, una voz de niña acostumbrada a ver satisfechos todos sus deseos, balbucía: «¡No quieren, Henri, no quieren!»
Entonces hicieron una última tentativa:
-Pero, amigos míos, piensen en el porvenir de su hijo, en su felicidad, en…
La campesina, exasperada, interrumpió:
-Ya lo hemos visto todo, lo hemos oído todo, lo hemos reflexionado todo… Márchense, y que yo no vuelva a verlos por aquí. ¡Habrase visto querer llevarse a un niño así!
Al salir, la señora de Hubières se percató de que había dos niños pequeños y, en medio de sus lágrimas, con una tenacidad de mujer voluntariosa y mimada que no quiere nunca esperar, dijo:
-¿Pero el otro niño no es suyo?
El señor Tuvache contestó:
-No, es de nuestros vecinos; puede ir a visitarlos si quiere.
Y él volvió a entrar en la casa, donde resonaba aún la voz indignada de su mujer.
Los Vallin se hallaban a la mesa, comiéndose con lentitud unas rebanadas de pan que untaban parsimoniosamente con un poco de mantequilla cogida con la punta del cuchillo, de un plato situado entre los dos.
La señora de Hubières formuló de nuevo sus propuestas, pero ahora con más insinuaciones, más precauciones oratorias, más astucia. Los dos labriegos movían la cabeza en señal de rechazo; pero cuando oyeron que recibirían cien francos al mes, se miraron, consultándose con la mirada, muy agitados. Permanecieron en silencio bastante rato, torturados, dudando. Por fin la mujer preguntó.
-¿Qué dices tú, hombre?
Él contestó con tono sentencioso:
-Digo que no es nada despreciable.
Entonces la señora de Hubières, que temblaba de angustia, les habló del porvenir del pequeño, de su felicidad, de todo el dinero que podría darles más tarde.
El campesino preguntó:
-¿La renta de mil doscientos francos será comprometida ante notario?
El señor de Hubières contestó:
-Por supuesto, desde mañana mismo.
La campesina, que meditaba, prosiguió:
-Cien francos al mes no es una cantidad suficiente para privarnos del pequeño; este niño trabajará dentro de unos años; necesitaremos ciento veinte francos.»

La señora de Hubières, inquieta por la impaciencia, se los concedió de inmediato; y, como quería llevarse en aquel momento al niño, dio cien francos más de regalo mientras su marido redactaba un escrito.
El alcalde y un vecino, que habían sido urgentemente requeridos, actuaron como testigos complacientes. Y la joven dama, radiante, se llevó al niño que lloraba, como si se llevara un juguete deseado de un gran almacén. Los Tuvache, en su puerta, los miraban marcharse, mudos, severos, lamentando quizá su rechazo.
No se volvió a oír hablar del pequeño Jean Vallin. Los padres iban cada mes a cobrar los ciento veinte francos a la notaría; habían reñido con sus vecinos porque la esposa de Tuvache los cubría de ignominia, repitiendo sin cesar, de puerta en puerta, que había que ser muy desnaturalizado para vender a un hijo, que eso era un horror, una cochinada, una corrupción.
Y a veces tomaba en brazos al pequeño Charlot de forma ostentosa, gritándole, como si él pudiera comprender: «Yo no te he vendido, no te he vendido, mi pequeño. Yo no vendo a mis hijos. No soy rica, pero no vendo a mis hijos».
Y, durante años y años, así fue a diario; cada día gritaba alusiones vulgares ante la puerta para que la oyeran desde dentro de la casa vecina. La señora Tuvache había terminado por considerarse superior a toda la comarca por el hecho de no haber vendido a su hijo. Y los que hablaban de ella decían: «Yo sé bien que era muy tentador, pero da igual, ella se comportó como una buena madre». La citaban; e incluso Charlot, que ya tenía dieciocho años, educado en esa idea que le repetían sin cesar, se consideró superior a sus compañeros, porque no había sido vendido.

Continuará...
Un gran abrazo!!
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Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #4

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Sigo con la continuación de esta historia que nos cuenta Maupassant:

Los Vallin vivían con desahogo gracias a la pensión. El furor implacable de los Tuvache, que habían seguido siendo pobres, provenía precisamente de eso.
Su hijo mayor se marchó al servicio militar. El segundo murió; Charlot fue el único que quedó para trabajar junto a su anciano padre y para alimentar a la madre y a su hermana pequeña.
Tenía veintiún años cuando un coche resplandeciente se detuvo ante las dos casas una mañana. Un joven señor, con cadena de reloj de oro, descendió del mismo ofreciendo la mano a una anciana dama de cabellos blancos. La anciana señora le dijo: «Es ahí, hijo mío, en la segunda casa».
Y él entró, como en su casa, en la vivienda de los Vallin. La madre lavaba en aquel momento los delantales; el padre, enfermo, dormitaba junto a la chimenea. Los dos levantaron la cabeza, y el joven saludó:
-Buenos días, papá; buenos días, mamá.
Se levantaron azorados. La campesina, por la emoción, dejó caer el jabón dentro del agua y masculló:
-¿Eres tú, hijo mío? ¿Eres tú, hijo mío?
Él la tomó en sus brazos, la besó, repitiendo: «Buenos días mamá.» Mientras que el viejo, tembloroso, decía con el tono tranquilo que le era habitual: «¿Has vuelto, Juan?», como si lo hubiera visto el mes anterior. Y, una vez que se reconocieron, los padres quisieron pasear inmediatamente al hijo por todo el pueblo para que lo vieran. Lo llevaron a casa del alcalde, del adjunto, del cura, del maestro.

Charlot, de pie en el dintel de su casucha, los veía pasar. Por la noche, mientras cenaban, le dijo a sus viejos:
-¡Tuvieron que estar tontos para permitir que se llevaran al pequeño de los Vallin!
Su madre contestó con obstinación:
-¡Nosotros no queríamos vender a nuestro hijo!
El padre no decía nada.
El hijo continuó:
-¡No es muy triste ser sacrificado de esa manera!
Entonces el padre Tuvache articuló esta frase con tono irritado:
-¿Vas a reprocharnos que te conserváramos?
El joven contestó brutalmente:
-Sí, lo reprocho, porque no son sino unos bobos. Padres como ustedes son los que labran la desgracia de sus hijos. Merecen que los abandone.
La buena mujer lloraba sobre su plato. Gemía mientras tragaba las cucharadas de sopa de las que derramaba la mitad.
-¡Mátese usted para criar a sus hijos!
Entonces el chico dijo rudamente:
-Preferiría no haber nacido antes que ser lo que soy. Cuando he visto al otro hace un instante, se me han revuelto las tripas. Y me he dicho: ¡esto es lo que yo sería ahora!
Y se levantó.
-Creo que lo mejor es que no permanezca aquí, porque se los reprocharía de la mañana a la noche, y les causaría una vida de miseria. Esto, ¿saben? ¡no se los perdonaré nunca!
Los dos ancianos callaban, aterrorizados y llorosos.
Él prosiguió:
-No, esta idea sería demasiado dura ¡Prefiero ir a buscarme la vida en otra parte!
Abrió la puerta. Escuchó un ruido de voces. Los Vallin festejaban a su hijo retornado. Entonces Charlot dio un zapatazo en el suelo, y volviéndose hacia sus padres gritó:
-¡Valientes patanes!
Y desapareció en la oscuridad de la noche.

FIN

Un saludo!!!





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Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #5

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Querido amigo, maestro:

La navaja útil e interesante.
Pero la documentación y la historia, como siempre, magníficas.

Enhorabuena y un fuerte abrazo.
Félix
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Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #6

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JEFUERZAXXIX escribió:
Querido amigo, maestro:

La navaja útil e interesante.
Pero la documentación y la historia, como siempre, magníficas.

Enhorabuena y un fuerte abrazo.
Félix

Estimadísimo amigo Félix!! Es un placer recibir tu visita y la generosidad de tus comentarios!!, pero sobre todo me gusta verte y leerte siempre en el Foro apoyando como un puntal de defensa, en tiempos en los que no abundan los que se animan a escribir y participar!! Muchas gracias por todo!!
Un gran abrazo!!
Pero como es mi costumbre, no todo queda ahí, sino que quiero agregar un saludo que te envía la navaja Tixier, que tuvo la fortuna de encontrarse en el armero con un viejo compañero de correrías en su juventud...
Por supuesto que en un apretado abrazo, te envían un saludo digamos...histórico



Un pequeño acercamiento, para ver mejor algún detalle...y aventurar el desafío de determinar cual es el veterano francés, jejj



Otro abrazo!!
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Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #7

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Carabina Berthier ?
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Un "Tonneau" 2 años 4 meses antes #8

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Carabina Berthier ?

Sí señor!!, ha dado usted en el blanco!!, jejj. Se trata de una carabina Berthier, que era una modificación del viejo fusil reglamentario francés Lebel, realizada por André Berthier un ingeniero de los Ferrocarriles de la Argelia francesa en 1890.
Un abrazo!!!

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