A comienzos de los sesenta unos veinte talleres artesanales repartidos por el casco viejo de Toledo seguían unidos a los antiguos pueblos celtíberos por el cordón umbilical del mítico acero toledano. Hoy, el paso del tiempo y el turismo solo han respetado el taller de Mariano Zamorano, empeñado en recoger y mantener vivo el testigo de un padre espadero resignado a la derrota.
El maestro Zamorano presume orgulloso de sus espadas, porque no es acero todo lo que reluce en las tiendas toledanas. Su historia personal y profesional es trasunto de esa evolución que aún pervive en su taller, situado en una pequeña calle aledaña a la catedral de Toledo.
Entrar en el local es viajar también a aquella España artesanal del siglo pasado que luchaba por asomar la cabeza a una nueva riqueza. El local parece anclado en el año de su inauguración, aunque sombreado por décadas de carbón quemado. "Este taller lo creó mi padre en 1950. De pequeño yo no quería estudiar, esto me gustaba, y me quedé. Como taller antiguo de espada hoy solo queda este, aunque hay cuatro o cinco en el polígono, fuera de la ciudad", explica Zamorano. Gracias a la pasión que derrocha por todos los poros se mantiene al pie del cañón a pesar de estar jubilado, acompañado por cuatro trabajadores. Su visión y coraje obstinado le ayudaron a superar una travesía que dejó al resto por el camino.
El martinete, la herramienta con la que D. Mariano moldea el acero.
Durante siglos, el acero toledano gozó de fama mundial, rivalizando con otro legendario: el de Damasco, famoso por la belleza de sus sinuosas vetas. Zamorano se siente orgulloso de mantener una lejana tradición que explica en forma de curso acelerado. "De la edad de piedra pasamos al bronce, que se fundía, se golpeaba en frío y se le daba mucha dureza al martillo. Luego, los celtas tenían espadas de hierro por el norte, los íberos, por el sur. Cuando llegan los romanos a la Península vieron que los indígenas las tenían de hierro y ellos de bronce. Entonces, empezaron a trabajar unas minas de hierro que están aquí en la provincia. En Toledo empezó a hacerse el 'gladius', copian su hoja de la espada celta, en lengua de carpa".
A partir de aquí, la tradición de aquellos herreros toledanos se mantuvo a través de los visigodos, quienes trabajaron los hierros dándoles cada vez más dureza. "El carbón tiene carbono, al hierro se le proporciona carbono, y cuanto más tiempo le estás metiendo y machacando, más carbono tiene. Luego, endureces la hoja de hierro. Antiguamente, el acero toledano se distinguía porque los artesanos mezclaban tres hierros, uno muy blando y dos muy duros en los cantos. Los juntaban, los machacaban y los fundían juntos". Lo lograron con una maestría técnica única con la forja y temple, cuya fama fue dilatándose gracias a su combinación de dureza y flexibilidad. En los siglos XVI y XVII Toledo vivió su gran auge, y los Tercios de Flandes dieron buena fe de ello.
Hoy, el panorama es otro. De la guerra o los duelos en callejuela oscura, al turismo de masas. "Es cierto que mucha gente compra espadas engañada", explica el maestro Zamorano para ilustrar la evolución de la espadería y su industria, "no todo el producto que hay en las tiendas es de Toledo. El 60% es de fuera, y de China. No todas las espadas vienen montadas. Desde aquí mandan los modelos, se los hacen allí, y aquí ensamblan las espadas y las sacan al mercado".
Una de las empleadas ajustando una guarda ayudándose de un tornillo de banco.
¿Qué queda entonces de aquel famoso acero toledano en sus calles? La respuesta hace de su taller la pequeña aldea gala de Asterix. "Las hojas se hacen en acero inoxidable, se cortan con rayo láser, sacan la forma y sueldan un cacho de hierro, donde va encajada la empuñadura. Unos las pegan y otros ponen un tornillo, y ya está. Luego les dan muchos baños, de níquel, de oro, y quedan muy vistosas. Pero no son espadas, tienen forma de espada pero son para poner en la pared. Si tuvieran que pegar un golpe, no valdrían para nada".
Otras razones han condicionado el mercado de la espada en las tiendas toledanas. "La gente no sabe de historia. Los jóvenes saben más del 'Señor de los anillos', de romanos por la película 'Gladiator', y de las espadas del siglo XVI por el Zorro", explica el maestro para poner el dedo en otra llaga. "Las más populares son las que echan en la televisión en el momento. Ahora se están poniendo de moda las espadas otra vez porque mucha gente se está enganchando a un programa de Canal Historia que se llama 'Forjado a fuego'".
Pero por otra parte, los nuevos tiempos han aportado al maestro Zamorano algunas ventajas. Por ejemplo, Internet. "Sí, ha ayudado porque ha proporcionado sobre todo más conocimiento, mucha gente pregunta y permite que les abras los ojos de que no todo lo que se vende son espadas. Pero Internet es un arma de doble filo, porque no todo el mundo se fía del material. Tenerla en la mano te dice mucho de una espada", explica para defender su arte. Es aquí donde entran en juego la tradición y la experiencia del maestro en su taller.
Porque una espada se fabricaba a lo largo de los siglos a través de los sentidos. "Como en el pasado no tenían los grados de dureza de hoy, se conocían por el sonido al golpear el hierro. Con 1.200 grados templamos el acero y lo ponemos a una dureza determinada. Yo le digo a un ingeniero: 'vente a mi fragua, y pon a 1.200 grados el acero. O a 750, a ver si sabes…'" ¿Y cómo se modula la temperatura, factor crítico para la forja y el temple? "El acero es de color gris. Lo metes en la fragua y comienza a coger tonos amarillos, o tonos rojos, cereza, dependiendo del calor…. Llega hasta el amarillo, el blanco y entonces ¡¡Blrrrr!! chispea y se ha fundido…", escenifica con un juego de manos y los ojos sonrientes al explicarlo. "Se trataba solo de mirar para saber".
Zamorano, demostrando en su fragua la flexibilidad del acero que fabrica
Sin embargo, estos tiempos tan reglamentados no permiten al maestro trabajar en su taller como sus antiguos. "Ahora compro el acero con las propiedades de carbono que quiero en Aceralia. Si quiero uno con 4%, lo pido". ¿Y a partir de aquí? "Para empezar, uso hojas de acero al carbono, un acero blando que vamos transformando hasta darle una dureza capaz de partir una armadura, o de chocar con otra espada y hacerse solo una pequeña mella. La empuñadura, el arriaz, el puño y el pomo lo hacemos de hierro, o bien de latón fundido. Cuanto más hierro y menos latón, más artesanal la espada. La hacemos pieza a pieza, doblándolas o estirándolas en la fragua, y las vamos soldando hasta componer toda la empuñadura".
Aquellos tiempos de machaque al hierro incandescente son también leyenda. "Antiguamente eran los aprendices quienes enderezaban el hierro a martillazo limpio. El maestro hacía el trabajo fino, la forma, el estirado. Hasta que vino el martinete". En la sala de la fragua sobrevive el de Zamorano como una pieza de museo. "Va dando vueltas, pisas, y golpea el hierro. Pones el acero en caliente (en frío estalla) y va golpeando de forma repetida y constante porque si solo puedes darle cincuenta golpes con el martillo se enfría". Zamorano posa junto a su martinete, inmovilizado para siempre. "Con la ley de ruidos ya no puedo ponerlo en marcha. Tengo que ir a un polígono industrial para utilizar uno con las hojas. Luego las traigo aquí estiradas y trabajo en las empuñaduras y en sacar punta a las espadas".
La fragua se usa ahora para otras labores. "Tiene una horquilla de treinta centímetros de diámetro", explica Zamorano al mostrar la suya, que cuenta con un gran espacio adosado para el almacenamiento de carbón. "Esta es especial porque está pensada para templar florete de esgrima, y tiene dos toberas. Hay que tener la hoja en movimiento constante para que coja la temperatura en toda ella, porque el espesor es diferente en según qué parte. El templado sí lo puedo hacer aquí. El estirado es el trabajo duro y fuerte".
Pero la labor artesanal no permitía la producción a gran escala en estos tiempos de turismo de masas. Y el padre de Mariano Zamorano se planteó la rendición. "Mi padre vendía a los comercios. En Toledo había unas seis tiendas. El tendero se pegaba por tener la mejor pieza en el escaparate. Por desgracia, hoy se pelean por tener la espada más fea y de más bajo precio. Entonces le dije a mi padre: "No te metas a hacer lo mismo que los demás, porque vamos a trabajar mucho y no vamos a producir lo que una nave con máquinas nuevas". Finalmente, Zamorano decidió abrir una pequeña parte de su taller para vender sus propias espadas artesanales a un público más especializado. Hasta hoy.
Si el mercado se ha decantado hacia la espada espuria, ¿cómo sobrevivir fabricándolas para un público más exquisito, entendido, pero también más reducido? "Ahora mismo estoy trabajando con tres encargadas, recibo muchos pedidos. También hay gente que se lleva las que tengo hechas aquí, pero me piden algo más, grabados u otras cosas". El valor de cada espada se mide así por el tiempo empleado en ella. "Las hay de 1.300, 1.400 euros. Pero también se puede tener una buena espada por 300. Depende de la terminación y el acabado. En mi catálogo hay espadas de 250-300 euros tan buenas como las que valen 1.400. En el precio está el tiempo que lleva elaborar las espadas, en las horas de trabajo, los grabados, el dibujo…".
Mariano Zamorano sale del estrecho pasillo que hace las labores de tienda y en cuyas paredes lucen sus espadas de todas las épocas. No se encontrarán otras iguales por mucho que se recorran las tiendas de Toledo. Y el maestro tiene razón: al acariciarlas se comprueba que tenerlas en la mano dice todo de la auténtica y verdadera espada. Esta es su gran victoria. Porque el maestro Zamorano se demostró a sí mismo y a su padre que la lucha a espada valió la pena desde ese pequeño taller recostado en una esquina, casi colindante con la catedral de Toledo.
Fuente: Confidencial.