Guayo escribió:
Qué hermosa navaja, me gustó muchísimo, tiene para mi un aspecto más moderno de lo que imagino para su fecha de construcción.
Como siempre, el contexto histórico genial, como para imprimir y encuadernar. Me impresionó la foto de los trabajadores con 5 décadas de servicio, algo difícilmente imaginable en nuestra época.
Gracias por tu presencia y comentarios Eduardo!! Me alegra que la pieza te haya gustado tanto como a mí, en lo que tiene que ver con el aspecto moderno, esta navaja continuó en servicio con ligeras modificaciones hasta bien entrados los años 80, conviviendo con otras de diseño posterior.
Son muchas las citas a las navajas de Rodgers en la literatura, una de ellas me la hizo recordar el maestro Abel Domenech - quien la pone en su libro sobre Rodgers nombrada en "Una excursión a los indios Ranqueles" del general argentino Lucio V. Mansilla (en una expedición de pacificación del "desierto" actual provincia de La Pampa allá por 1870) y que recuerdo haber leído en mi juventud. Casualmente la referencia a Buffalo Bill en el otro extremo de América ocurrió poco después, en 1876, en la batalla de Warbonnet Creek.
Va un fragmento donde se nombra la navaja:
Una excursión a los indios ranqueles
-Compadre -continué, dirigiéndome a mi huésped-( que era el cacique Baigorrita), le voy a hacer un regalo; veo que usted se afeita.
No contestó, porque no entendía. Los lenguaraces se habían retirado. Llamó a Juan de Dios San Martín. Entró éste y junto con él Rufino, trayendo la navaja y el asentador, que tenía cuatro faces, una con piedra.
Tomelo y haciéndole ver a mi compadre cómo se asentaba la navaja le di ambas cosas.
Las tomó y viendo primero si se adaptaban al bolsillo de su tirador, las colocó enseguida en él.
Salí del toldo. Me mudé la ropa, después que Carmen me ayudó a eliminar los intrusos que se habían guarecido en mis cabellos, di un paseo porque tenía necesidad de respirar el aire libre y puro del campo, haciendo fuego con el revólver sobre algunos caranchos y teruteros; y al rato volví al fogón, para acabar de disipar con café los efectos del aguardiente.
De regreso de la caminata, pasé por detrás del toldo de mi compadre y volví a ver la cara patibularia del día antes, apoyada con aire sombrío en la costanera del ranchito, que servía de cocina, y que sobresalía media vara.
Junto con ella estaba otra juvenil, de aspecto extraño y marcadamente de cristiano.
La curiosidad me acercó a ellos.
Les dirigí la palabra, callaron.
-¿No entienden? -les dije, con cierta acritud-. Me contestaron en lengua de indio.
Comprendí que no querían hablar conmigo.
El hecho acabó de despertar mi curiosidad.
No puedo decir por qué, pero lo cierto es que la primera cara me alarmaba.
Seguí mi camino con el intento de averiguar quiénes eran aquellos desconocidos.
Entré en el toldo de mi compadre.
Estaba solo con sus hijos, en la misma postura en que le había dejado hacía un rato, y picaba tabaco.
-¿Con qué?
Nada menos que con la navaja de barba que le acababa de regalar.
El asentador le servía de punto de apoyo.
Bien empleado me está, dije para mi coleto, por haber gastado pólvora en chimangos.
Mi compadre se sonrió complacido, y con una cara como unas pascuas y mirándose en la superficie tersa y lustrosa de la navaja, me dijo:
-Lindo.
-Es verdad -le contesté, murmurando-, no te degollarás con ella; y agregando al mismo tiempo que hacía el ademán de afeitarme-, mejor es para esto.
Me entendió, y repuso:
-Cuchillo.
Quería decirme que el cuchillo era más aparente para afeitarse.
Llamé a Juan de Dios San Martín.
Mientras éste venía, salí del toldo para contarles a mis ayudantes y a los franciscanos qué suerte había corrido la navaja de Rodgers.
Un gran abrazo
Lucio V. Mansilla, era sobrino del gobernador de la provincia de Buenos Aires y caudillo de la confederación Juan Manuel de Rosas - personaje importantísimo de aquella época argentina. Mansilla relata en otra oportunidad su encuentro con su tío - después de un largo viaje por Europa - en un ameno relato : "Los siete platos de arroz con leche" que después te copio - si lo encuentro- aunque se que me voy a ir un poco por las ramas.
Mansilla
Rosas
La placa conmemorativa de la batalla de Warbonnet Creek, donde Buffalo Bill declaró haber vengado al gral. Custer escalpando la cabellera del jefe Yellow Hand (o Hair), con el bowie Rogers - regalo de Custer - quien habia sido escalpado por los indios tras su muerte en la batalla de Little Big Horn
Custer (izq), Buffalo Bill (der) con el gran duque Alexis al centro
PD: Eduardo, aqui te copio lo prometido, "Los siete platos de arroz con leche"
Bajo el césped del Parque 3 de Febrero, sepultados por los árboles que bordean las avenidas Libertador y Sarmiento aún tiritan, embravecidos por el odio, los cimientos de la casa de Juan Manuel de Rosas y su hija Manuelita. Aunque en 1899 ya habían pasado cuarenta y siete años desde las emociones románticas del Rosismo, el general Roca esperó para dinamitarla al día 3 de febrero, la fecha de la batalla de Caseros, que rubricaba la venganza unitaria.
La casona de Rosas estaba ubicada entonces en las afueras de Buenos Aires, en lo que hoy es el elegante barrio de Palermo, con el Parque 3 de febrero y el Zoológico de Bs. As.
La batalla de Caseros
Pocos días antes de la batalla de Caseros -que derrocó al restaurador (Rosas) en 1852 - el adolescente Lucio V. Mansilla, recién llegado de Europa, llegó a la casa de Rosas en Palermo San Benito para presentar sus respetos a su tío materno. “La niña está en la quinta”, le contestaron los soldados cuando preguntó por su prima.
Lucio dejó su caballo en el palenque y se acercó al jardín de las magnolias, donde Manuelita se encontraba rodeada de un gran séquito. Al verlo abrazó a su primo: “Ahora el tata te recibirá”, le dijo, y corrió a anunciarlo. Pero eran las cinco de la tarde y se hizo de noche sin que fuera recibido.
Cerca de la once Manuelita, que entraba y salía de su gabinete, por fin le dijo: “Dice tatita que entres”, y lo hizo pasar al fondo, de estancia en estancia, hasta una pieza amueblada con una cama cubierta por una colcha de damasco colorado. Dos candeleros de plata con bujías iluminaron la llegada de su tío: rubio, alto, blanco, semipálido, combinación de sangre y bilis, de gran talla. El restaurador vestía un chaquetón rojo, pantalones azules y un cuello alto y pulcro.
Apenas entró su tío el joven cruzó los brazos y le dijo: “La bendición, mi tío.” “¡Dios lo haga bueno, sobrino!”. Rosas se sentó en la cama, tan alta que sus pies no tocaban el suelo, y le señaló una silla: “Sobrino, estoy muy contento de usted”, le dijo balanceando las piernas, “porque me han dicho que usted no ha vuelto agringado”
Lucio, que era un petulante, lo tomó como un halago, pero ¿no sería una ironía del caudillo federal dirigida a cuenta de la vestimenta afrancesada de su sobrino? Aunque era verano, el dandi Mansilla se había abrochado hasta arriba la levita europea para que no se le viera el chaleco punzó, que le recordaba a los lacayos del fabourg Saint Germain. Su tío comenzó a leerle un mensaje federal que llenaba decenas de páginas manuscritas, sólo interrumpiéndose de tanto en tanto para hacerle preguntas de puntuación hasta que por fin le dijo: “¿Tienes hambre?”.
Eran las doce de la noche. Lucio había rehusado un asiento en la mesa de la cena junto a Manuelita porque sus padres lo esperaban en su casa. Desfallecía. “Voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche” le dijo su tío. El arroz con leche de la quinta de Palermo era tan célebre que al imaginarlo Lucio advirtió, al instante, una sensación de agua en su boca.
La lectura siguió, pero un momento después se presentó Manuelita con un hermoso plato sopero. Le sirvieron otro mientras respondía preguntas gramaticales y luego otro más, hasta que dijo “basta para mí”, pero los platos seguían llegando y su tío insistía en que los comiera todos (nadie, ni su propio sobrino se animaba a decirle “no” a Juan Manuel de Rosas).
Mientras Lucio escuchaba la alocución federal se comió siete platos de arroz con leche en total. Por fin su tío le dijo: “Bueno sobrino, vaya nomás y acabe de leer esto en su casa. Manuelita, Lucio se va.” Su prima lo acompañó hasta el corredor que quedaba junto al palenque, donde lo esperaba su caballo. Eran las tres de la mañana.
La quinta de Juan Manuel de Rosas en Palermo 1850
Saludos