Continuamos con esta aventura...
Después de hundir éste buque, el cosario se alejó hacia el este a baja velocidad, mientras se revisaban las máquinas y se cambiaba el aspecto del buque.
El 24 de julio, a cincuenta millas del punto de encuentro con el petrolero alemán Rekum se avistó un barco que Ruckteschell prefirió ignorar, para no comprometer su “rendez vous”. El Rekum llegaba desde Tenerife con combustible pero sin víveres para reponer.
El 4 de agosto se avistó un petrolero rumbo a Trinidad, que el Widder siguió por debajo del horizonte durante todo el día, para aproximarse durante la noche y abrir fuego a poco más de dos mil metros de distancia. Nueve proyectiles alcanzaron al buque, matando al capitán y cuatro marineros. Los restantes tripulantes arriaron los botes y se alejaron en la oscuridad a fuerza de remos para evitar caer prisioneros, teniendo la suerte de ser recogidos nueve días más tarde por un petrolero británico. El buque abandonado era el noruego Beauleau de 6100 toneladas, al que se echó a pique al cañon, pues el torpedo lanzado contra él – sin duda por algún defecto en su regulación – comenzó a describir círculos peligrosos para el mismo Widder.
Después de ésta acción, el Widder cambió de escenario lo antes posible, alejándose hasta la cercanía de las Azores. El 8 de agosto, se descubrió un buque rumbo al sur. Ruckteschell siguió la misma táctica anterior , sin perder de vista la extremidad de sus palos durante el día, para cerrar distancias en la noche, abriendo fuego posteriormente a una distancia de unos 3 km.
No hubo señal radiotelegráfica esta vez, y tras los cañonazos el buque paró máquinas y se comenzaron a arriar los botes. Era el holandés Ootsplein de 5100 toneladas con carbón de Inglaterra para Buenos Aires, que fue hundido luego de tomar a bordo a sus tripulantes.
Tres días después, y para desgracia de Ruckteschell – pues para cualquier marino tener que hundir un velero es una triste desgracia – se descubrían a mucha distancia los tres elevados mástiles del buque de vela finlandés Killoran, con aparejo de barca y todas sus velas desplegadas.
Aunque el Killoran, veterano de la “carrera del trigo” transportaba un cargamento de víveres aparentemente para Las Palmas, no cabe duda que von Ruckteschell debió encontrar algo que le hizo sospechar de que el destino final de la mercancía fuera Gran Bretaña, puesto que después que el velero hubo braceado las vergas del palo mayor para ponerse en facha y detener su andar, se le registró y luego de recoger a la tripulación y se le echó a pique.
El barco se hundió sin perder el equilibrio con todas las velas desplegadas, y a más de un lobo de mar en el Widder, se le hizo un nudo en la garganta. Cuando desapareció entre remolinos de espuma blanca, cesaron como por encanto las conversaciones en el corsario, y todos – sin darse cuenta – se encontraron con los gorros y gorras en las manos, mientras las miradas se mostraban huidizas y a más de uno de aquellos veteranos le brillaban extrañamente los ojos.
Posteriormente, el corsario cruzó por unos días la zona de calmas dentro del anticiclón de las Azores, con la mar completamente inmóvil, pero donde debido a la aparición de falsos horizontes resultaba difícil la vigilancia del verdadero, por lo que se decidió arrumbar lentamente hacia el oeste, sobre la derrota de Trinidad.
El 16 de agosto, durante una hermosa y clara noche de luna, se percibió un buque al que el comandante del Widder no quiso atacar, pues pensó que con una visibilidad tan grande sería imposible acercase lo suficiente para impedir que el enemigo utilizara la radio para señalar su presencia.
El oficial terminó sus cálculos, los repasó rápidamente para comprobarlos y salió de la caseta de derrota con una hoja de papel en la mano. Después atravesó un pasillo y tras golpear brevemente la puerta con los nudillos y escuchar el esperado - ¡Adelante! – entró en el despacho del comandante del buque y cuadrándose militarmente dijo:
“El crepúsculo termina a las ocho de la noche, mi comandante, y la luna saldrá exactamente dieciocho minutos después.
“Muy bien” – aprobó Ruckteschell, eso quiere decir que disponemos de unos quince minutos de oscuridad para caer sobre nuestro “amigo” sin que nos descubra, no es mucho pero nos bastará. Haga el favor de decirme lo que dura el crepúsculo y calcular los rumbos necesarios a partir de nuestra posición.
- “Sí, mi comandante!!” , y el oficial de derrota salió del camarote.
Von Ruckteschell quedó otra vez solo, se levantó, dio unos pasos hacia el portillo de estribor de su camarote y dirigió la vista sobre el límpido horizonte. Nada quebraba la línea que separaba la mar del cielo. Pero precisamente allí, un poco por debajo del horizonte, se encontraba un barco enemigo que navegaba confiado sin sospechar que era seguido desde hacía varias horas y que sus movimientos eran perfectamente conocidos a bordo de un corsario alemán que permanecía invisible para él. Solamente desde lo más alto de los mástiles del Widder se podían apreciar las extremidades de sus palos, que los serviolas alemanes no perdían de vista, a través de sus excelentes telescopios de veinticinco aumentos.
Ruckteschell se quedó pensando en las escasas reservas de víveres que llevaba en su bodegas. El hecho de que el “Rekum” no pudiera abastecerle cuando ya se encontraba escaso le había obligado a implantar un racionamiento que naturalmente repercutía desfavorablemente en la tripulación y además el centenar de prisioneros que llevaba a bordo.
La siguiente reunión con un barco nodriza tendría lugar dentro de un mes aproximadamente. A menos que el barco que esperaba detener aquella misma noche llevara víveres en abundancia, no recogería a sus tripulantes. Le contrariaba profundamente, pero no podía imponer un racionamiento todavía más estricto. Pensó que aun en el peor de los casos aquella gente podía alcanzar con sus embarcaciones y en aquella favorable época del año las costas de las Azores o las Canarias.
Una vez más, el sol se sepultó bajo el horizonte. Las sombras de la noche cayeron sobre las aguas con la brusquedad característica de las zonas tropicales. Comenzaron a lucir brillantes las estrellas en la bóveda infinita del firmamento. De la mar, el relente ascendió lentamente en oleadas y fue destilando su beso húmedo y frío sobre cubiertas y planchas de hierro en los buques que aquella noche de guerra surcaban el océano envueltos en un sudario de tinieblas.
En el puente de uno de ellos, el capitán de navío Helmuth von Ruckteschell se encontraba pensativo y silencioso, mientras bajo sus pies, el Widder cortaba las aguas a más de 14 nudos.
Una sombra salió de la caseta de gobierno del buque y se le acercó.
- ¿Me llamaba, mi comandante? Preguntó el director de tiro.
- Sí, verá usted. Ese buque va armado, pero lo que me interesa es que no pueda utilizar la radio en ningún caso. Quiero disparar por sorpresa y a la máxima velocidad posible, hasta que se rinda o por lo menos hayamos alcanzado la caseta de radio. Haga el favor de aleccionar bien a los artilleros, sobre todo a los apuntadores y no escatime municiones de los cañones de treinta y siete ni de las ametralladoras. Es muy importante.
- Muy bien, mi comandante-
La sombra saludó, desapareció de su lado y todo volvió a quedar silencioso, percibiéndose solamente el murmullo del agua al ser hendida por el buque.
- El telemetrista ya ve el blanco, mi comandante – dijo el oficial de derrota en voz baja.
- Bien, a ver si lo puede medir, contestó Ruckteschell.
- Blanco visto por todos, mi comandante. Distancia, cuatro mil metros!!.
El comandante del Widder consultó su reloj de pulsera. Faltaban doce minutos para que saliera la luna y pensó que les convendría seguir acercándose todavía más para asegurar el tiro.
La distancia disminuía muy de prisa, y cuando el telemetrista señaló los 2300 metros Ruckteschell ordenó abrir fuego.
Dos cañones del 15 dejaron oír su poderosa voz en el castillo de proa casi simultáneamente, seguidos con muy poco intervalo por los otros dos situados a popa.
La sombra oscura que Ruckteschell no perdía de vista, a pesar de la acción deslumbradora de los cañonazos se iluminó en diversos puntos al ser alcanzada por una granizada de proyectiles, y casi inmediatamente se elevaron llamas en la parte de popa y surgieron explosiones y fogonazos que hicieron comprender al alemán que las municiones del cañon del buque enemigo habían sido alcanzadas.
Durante un minuto, los dos barcos parecieron estar enlazados a través de un arco de fuego formado por el rastro luminoso de los proyectiles trazadores alemanes, y Ruckteschell escuchó decir:
- No transmite, mi comandante!!, en la voz del oficial de derrota.
- Alto el fuego!!, Despacio las máquinas!! rugió Ruckteschell.
El imponente estruendo cesó como por encanto, casi con la misma brusquedad con que había dado comienzo.
En el buque atacado se elevaban muy altas llamaradas, que al reflejarse sobre las aguas inquientas recordaban alguna fantástica danza macabra. Desde el Widder se vieron arriar los botes precipitadamente. El corsario se aproximó más y el dedo luminoso de uno de sus proyectores de arco paseó su pincelada de plata por el casco oscuro, deteniéndose en la proa sobre un nombre: “Anglo-Saxon”.
La viva luz del proyector se extinguió, y la luz de una linterna hizo guiños desde el ras del agua, procedente de uno de los barcos.
- Lo siento, dijo Ruckteschell – no puedo recogerlos. Lo intentaría si se pudieran transbordar los víveres, pero ese incendio se ve en un radio de treinta millas y tenemos que hundir el buque lo antes posible.
El Widder rondó todavía alrededor de su víctima para comprobar que no quedaba nadie a bordo. Después se escucharon en sucesión rápida, un ruido fuerte y opaco parecido al taponazo de una botella de champaña y luego el chapoteo producido por un cuerpo pesado al caer al agua. El torpedo dejó un leve rastro fosforescente entre ambos buques y luego se produjo una explosión formidable en el Anglo-Saxon y un fuerte olor a polvillo de carbón llegó por el aire. No cabía duda acerca de la naturaleza de su cargamento!!.
El navío se partió a la mitad y se hundió velozmente. Un fuerte silbido se produjo cuando las planchas recalentadas al rojo se sumergieron en el agua. Era el 21 de agosto de 1940.
Continuará..
Saludos